miércoles, 18 de febrero de 2009

POLTERGEIST

Los hechos paranormales se creen o no se creen. Las medias tintas nunca han servido en cuestiones de fe y yo que siempre me muestro un poco escéptico ante lo desconocido tengo que reconocer que he claudicado tras la experiencia vivida hace unas noches en el sofá frente al televisor.
Estaba concentrado ante un nuevo caso del malvado doctor House cuando de repente, en el momento exacto en que su paciente empezó a vomitar sangre, cientos de extraños personajes invadieron mi sala de estar.
Un italiano hortera intentaba venderme tarifas veraniegas para el móvil, unos locos conducían un coche cantando una canción de Shakira, una señorita desconocida de muy buen ver emitía sonidos guturales dignos de un orgasmo mientras se lavaba el pelo, otra dibujaba castillos puntiagudos en su melena con una laca extra fuerte y a un joven apuesto le habían regalado un reloj, pero al final era él el regalado.
Sin salir de mi asombro apareció una mujer con bata blanca ofreciendo esculpir cuerpos flácidos y celulíticos. Tras ella grupos variopintos persiguiendo las bondades de un refresco sin burbujas con sabor a té y otros que salían de un concurso de disfraces ataviados como una cebolla, dos tomates y tres pepinos.
Un coche rebajado paso rozando el mando a distancia y un tipo quemado por los rayos ultravioleta salía feliz de una farmacia, con una especie de Silvederma, dando las gracias a unos extraterrestres con el pelo estilo afro.
Los efectos paranormales se sucedían, uno tras otro, sin darme un solo respiro. Una top model retirada me llegó a ofrecer parches para adelgazar y para ponerme moreno y no se muy bien quien insistía en que consultara con el farmacéutico no se muy bien que.
En pleno desespero cambié de canal por si todos esos fenómenos eran exclusivos de la Cuatro por alguna interferencia intergalaxica o subliminal y comprendí que no, comprendí que Poltergeist se había apoderado de la uno, de la dos, de la tres, de la cinco y de la sexta. En todas las cadenas aparecían gentes anónimas haciendo el imbécil, poniéndose aceites hidratantes, comiéndose fabadas en una lata, subiendo y bajando por escalerillas mecánicas cargados con bolsas de plástico, conectándose a internet con bandas anchas y estrechas de miras probándose dos gafas al mismo tiempo porque las segundas salen gratis.
Llego un punto en el que creo que perdí la conciencia y con ella el argumento de House. No recordaba si la paciente estaba realmente vomitando sangre la ultima vez que la había visto o estaba a punto de dar a luz o si Gray se había equivocado de serie y se había reconvertido en una mujer desesperada o si los Serrano cenaban con Bea o si Bond, James Bond era atendido por el personal de Hospital Central haciéndose pasar por el comisario.
Puedo asegurar y aseguro que pase miedo, mucho miedo, puedo asegurar que fue una experiencia horrible, pero una experiencia a la que, después de consultar con el psiquiatra, me he acostumbrado porque he comprendido que todo lo que paso en mi sala de estar pasa en todas las viviendas de España. Y es que las televisiones de este país incumplen sistemáticamente la normativa europea en materia de cortes publicitarios en sus emisiones y a nadie parece interesarle demasiado buscar una solución. Además, ahora con el verano nos amenazan con las reemisiones. Puestos ya, yo voto por Verano Azul.

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