miércoles, 18 de febrero de 2009

LA CABAÑA DEL TIO TOM

Hace cuatro días había gente que se echaba las manos a la cabeza por tener un presidente de la Generalitat andaluz. Casi al mismo tiempo se habló de la grandeza de Catalunya por conseguir que un inmigrante tuviera las mismas oportunidades que un autóctono para liderar las riendas de este país.
Hace menos de cuatro días se ha producido una explosión de júbilo generalizada por la elección de un negro como presidente de Estados Unidos, una alegría desmedida, una trampa moral. No es mi intención convertirme en el aguafiestas de turno, pero he puesto freno a tan desmesurada euforia para no darme de bruces cuando despierte del sueño.
Ahora resulta que todos hemos sido negros alguna vez, todos hemos defendido sus derechos y nadie ha hecho chistes baratos sobre el color de su piel. Ahora resulta que todos tenemos algún disco de Gospel en nuestras estanterías, retratos de Luther King en la cabecera de la cama y que cada vez que nos limpiamos una herida con algodón recordamos a los hermanos de Kunta Kinte. Ahora resulta que nunca hemos tenido ninguna actitud racista, sino todo lo contrario.
Visto lo visto, tengo que pensar que ya estamos preparados para que nuestra sociedad acepte cualquier circunstancia derivada de la multiculturalidad racial que nos rodea. Así, aceptaremos con total normalidad un no muy lejano presidente del gobierno gitano, un alcalde árabe, un obispo chino o un director de colegio indio. Después de lo de Obama entiendo que ya estamos preparados para compartir nuestras instituciones con cualquier persona, venga de donde venga y sea cual sea su origen. Sería una consecuencia lógica al gran momento histórico que hemos vivido estos días y que hasta ha provocado celebraciones masivas de personas que van a los campos de fútbol e imitan el sonido de los monos cuando en el equipo contrario juega algún negrata.
Todo este tinglado me recuerda un poco a las huchas, con caras talladas de negritos, que nos daban cuando éramos pequeños para la cuestación del Domund, un tinglado de hipocresía, la hipocresía típica de los que siempre se apuntan a caballo ganador, de los que siempre defienden las causas perdidas de los que están lejos, de los que no molestan en el vecindario, de los que solo conocemos por verlos por la tele comiéndose las moscas, de los que se matan por no morir.
Celebrar la victoria de Obama, con todas sus connotaciones raciales, no significa que estemos preparados para tener un presidente de la comunidad de vecinos instalado aquí después de saltar la valla de Melilla. Celebrar la victoria de Obama solo representa apuntarse a una moda, pero las modas son pasajeras.
Conozco a muchos que después de llevar camisetas con la imagen del Che durante años han descubierto al personaje gracias a la película. Los mismos que ahora visten de punkys con la hoz y el martillo y se creen que la Pasionaria es una infusión, los mismos que confunden a Groucho con Karl o los que descubrieron el Tibet porque Rafael Nadal ganó un oro en las olimpiadas de China. Conozco a muchos que confunden al tío Tom de la cabaña con el Tom de Jerry y que están convencidos de que no son racistas porque sus hijos escriben cartas al rey Baltasar.

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