sábado, 28 de febrero de 2009

EL DIA DE LA MARMOTA

El gato negro estaba triste. El olor a mandarina era horrible. Hay gente que piensa que el olor que desprende la mandarina en el momento de pelarla es un perfume. Sin embargo, el olor a mandarina es tan intenso, tan volátil, tan denso, tan acaparador, tan brutal que es absolutamente desagradable. El olor a mandarina es lo peor, peor aun que la tristeza que tiene el gato negro.
Y no es el único. La gente esta triste, la gente esta preocupada, cansada, tensa.
Nadie no sabe muy bien lo que realmente pasa, pero la ciudad es diferente. Tampoco es que haya sido una cosa de repente, pero la verdad es que ha sorprendido. La mayoría esta confusa.
Los circos con animales están prohibidos. La conciencia ecologista ha llegado a las instituciones. Los políticos han hecho suya la reivindicación decretando reglas que prohíben los espectáculos con animales.
Pero no especifican y la gente aun esta mas confusa. Los circos han muerto. El equilibrista, el malabarista, el mago, el payaso, la contorsionista, el músico y, por su puesto, el intrépido domador han muerto. Las normas no aclaran si los hombres, las mujeres y los niños que viven en los circos están considerados animales.
Y todo porque algo está cambiando. En los últimos días los fumadores han perpetrado varios atentados. Oficialmente no se han hecho públicos para que la población no se alarme, pero en varios pueblos del País Vasco y de Catalunya se han visto grupos organizados de fumadores que se dedican a invadir zonas prohibidas y nunca son detenidos.
El otro día en la radio uno de estos fumadores exigía al gobierno la abolición de la ley antitabaco o de lo contrario amenazaban con declarar una guerra.
Pero la guerra ya ha dejado de estar de moda. La guerra, cualquier guerra, ha perdido confianza en si misma y esto la hace aburrida. Las guerras no interesan. La gente esta demasiado ocupada en sus cosas y no quiere que la molesten. Ni tan siquiera con guerras.
En cualquier momento suena el teléfono y todo cambia. Una amiga de tu mujer pregunta por ella, pero ella no esta. La amiga habla, da conversación y no es necesario. La gente se crea obligaciones y nadie sabe porque tanta historia si al final todos queremos lo mismo.
Ahora el problema se esta agravando. Es como si de un momento a otro aparecieran los hombres de gris de “Momo”. Las niñas no llevan coletas. Nadie se acuerda de hacer trenzas y los coches andan todo el dia con las luces apagadas para no gastar. Los taxistas no se atreven a conducir de noche. Tienen miedo a morir.
La noche cada día es mas larga porque el insomnio aumenta. Las pastillas han dejado de ser eficaces y no dormir se ha convertido en una especie de epidemia. Los investigadores no se ponen de acuerdo por lo que se desconoce si puede tratarse de una enfermedad contagiosa. Y si así fuera aun quedaría por descubrir cuales son las vías de contagio. Hasta entonces no hay prevención que valga y hay que intentar pensar solo en uno mismo. Si no dormimos no soñamos, sino nos dejan dormir no nos dejan soñar. Si estamos mucho tiempo sin soñar y después nos volvemos a dormir podemos sufrir unas pesadillas terribles. Las pesadillas son malos sueños, imposibles de recuperar.
Hay gente que quiere volver a sentir corriendo contracorriente. Es gente segura de si misma, directores de banco eficientes, conductores de autobuses interurbanos, charcuteros, vendedores de periódicos, amasadores de pan con el horario cambiado, borrachos arrepentidos seguros de que nada volverá a ser igual, fotógrafos de blanco y negro, carpinteros, zapateros y pinochos.
La noche se lo impide porque esta a oscuras adueñándose de todos los rincones. Y alguien despertó buscando a alguien a su lado.
El otro día, por ejemplo, me fui al cine. El titulo no importa. Era una pelicula en la que pasaba algo. En la sala con un aforo aproximado de sesenta personas, solo estábamos una docena y de los doce la mitad íbamos solos. El cincuenta por siento de la gente que va al cine lo hace sola porque se refugia, se esconde. La mitad de la población va al cine para que no la encuentren. Asi no se puede seguir . Hay muchas formas de hacerse escuchar y entonces es cuando por primera vez aparece el tiempo. Llega el momento de mirarse el reloj. Cualquier excusa sirve y las coartadas se disparan. Hay relojes en la cocina, en la habitación, en el comedor, en la salita de estar, dejamos los relojes en el baño, los neones de las farmacias marcan la hora, los pitidos de la radio a las medias y en punto, en los programas deportivos hay minuto y resultado, encima de los licores de los bares, en la pared, en la pared de las estaciones de metro, de tren, de autobús, en las paradas de los mercados.
Hay relojes dispuestos a encontrarnos para que les miremos fijamente, con disimulo o de reojo. Ellos marcan el tempo.
La soledad continua mal vista. Los médicos no se atreven a prescribirla y se escudan en normativas vigentes. La seguridad social se debate entre atender a los solos en urgencias o desviarlos a los centros de asistencia primaria como solución provisional. En los foros internacionales nadie se atreve a hablar de pandemia, pero los indicadores que regulan el estado del bienestar están ahí.
Las revistas del corazón se han quedado sin fotos trucadas, las han gastado todas y las mentiras están dejando de cotizar en bolsa. La comisión de valores esta desbordada con tantos expedientes .

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