martes, 17 de febrero de 2009

EL DIA DE LA BESTIA

Las tradiciones, como las constituciones, no son para toda la vida por mucho que se empeñen unos cuantos. Hay tradiciones perversas, tradiciones absurdas, comportamientos cíclicos, aburridos y deprimentes.
Mezclamos el día sin coches con el miércoles de ceniza, establecemos la jornada internacional del medio ambiente, la izada de la bandera de Europa o la ofrenda floral de turno. Incluso en las fiestas un año ganan los moros y el otro los cristianos no sea que la yihad o los quema brujas se enojen. Guardamos minutos de silencio, celebramos derrotas, conmemoramos tragedias y los mas atrevidos incluso pueden ayunar veinticuatro horas seguidas.
Es un error, un grave error, poner en el mismo saco las tradiciones y la memoria histórica porque las costumbres son hipócritas y algunas costumbres matan. El machismo nace de la tradición y redimimos sus pecados cada ocho de marzo, el día del año en el que la mujer tiene que sentirse agradecida, reivindicada en su lucha y complacida por la mentira.
Cada ocho de marzo ponemos al día las estadísticas de las maltratadas, las violadas, las asesinadas, las sin techo, las marginadas, las que trabajan mas pero siguen cobrando menos, desempolvamos encuestas de las que aspiran a ser presidentas y se caen de la lista, las que aun friegan de rodillas y las que se arrodillan pidiendo la clemencia sexista.
Las tradiciones imponen creencias y hubo un tiempo en el que la lógica establecía que las mujeres no tenían ni alma. Tal vez por eso y ante la imposibilidad de romper con los límites que marcan los valores de la mal entendida sabiduría popular, propongo institucionalizar “El Día de la Bestia”.
La jornada consistiría en organizar toda una serie de actos en la que los verdaderos protagonistas fueran todos esos hombres que mantienen el rito de pegar a sus esposas cuando llegan borrachos a casa, esos hombres que vomitan su ira entre las piernas de sus compañeras, esos hombres que apuñalan a sus hijas. “El Día de la Bestia” se podría completar engalanando las ciudades con fotografías de los que vulneran las ordenes de alejamiento, de los que confunden la pasión con la posesión y la convivencia con la propiedad.
Ese día, de materializarse, las niñas podrían señalar con el dedo a los torturadores de sus madres y advertir a sus compañeros de clase que nunca podrán disponer de sus mejillas porque las normas que establecen las costumbres machistas están para incumplirlas.
“El Día de la Bestia” tendría dos actos centrales. El primero consistiría en hacer desfilar a todos los maltratadores por las principales calles de pueblos y ciudades como antaño se hacia con las adúlteras. En el segundo se daría una segunda oportunidad a los que no consiguen suicidarse después de destripar a sus mujeres.
Con el paso del tiempo alguien escribiría un artículo en algún periódico afirmando que este tipo de tradiciones no son dignas de la condición humana. Y tendrá razón, la misma razón que me adjudico al afirmar que el ocho de marzo solo tendrá sentido el día en que no sea necesario mantenerlo en el calendario como tal. Ese día, como decía el poeta Vicente Aleixandre, “tradición y revolución serán palabras idénticas”.

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