martes, 17 de febrero de 2009

LOS UNOS Y LOS OTROS

LOS UNOS Y LOS OTROS

Los periódicos son un claro reflejo de lo que ocurre en la sociedad tanto en las cosas buenas como en las malas. En concreto, me refiero al tratamiento que los periodistas damos a los muertos.
Los fallecidos por accidente de trafico suelen aparecer con iniciales, los que sufren una muerte violenta tienen el honor de salir con el nombre completo, a los socialmente respetables les publican incluso la foto y a los intelectualmente destacados les escriben alguna necrológica.
Los que se van por muerte natural y los que nos dejan por ley de vida tienen el reconocimiento público de las esquelas, esquelas familiares, esquelas institucionales, esquelas empresariales, esquelas con cruces, esquelas agnósticas, con poemas, con frases lapidarias, con oraciones y también esquelas con fotomatón. Una palabra curiosa, para una maquina que inmortaliza.
Hay muertos que reviven por unos días con el degoteo propio de cartas al director de amigos, allegados o compañeros de trabajo. Otros sobreviven al tiempo en el papel impreso porque forman parte de turbias diligencias judiciales. Los hay que se convierten en fantasmas, si es que no lo fueron en vida, y dan nombre a ciclos, congresos, seminarios, habitaciones de hoteles de diseño, aulas, institutos o salas nobles.
Mi hija de ocho años no suele leer los periódicos, pero al parecer los analiza y el otro día me interpeló con una pregunta capciosa. ¿Por qué no salen nunca los nombres de los negros que se mueren de hambre porque son pobres?.
Desgraciadamente, los niños siguen asociando el color de la piel con la miseria. Desgraciadamente no están equivocados porque en los cayucos y en los pisos patera no hay rostros pálidos, pocas veces bajo los escombros de las bombas occidentales y casi nunca, salvo raras excepciones, en campos de refugiados.
Son los otros muertos de la prensa, los que en lugar de nombre y apellidos tienen número, los que tienen foto, pero sin marco, los que se pierden en un breve o pasean sus lamentos en alguna columna que nadie lee. Ni tan siquiera forman parte de una lista de desaparecidos en la que sus familiares puedan confirmar las lagrimas y de las supuestas iniciales ,como mucho, les queda el punto. Son los muertos sin responso, sin respuesta, son los que nunca han existido oficialmente, a los que nadie ofrece una plaza, ni una calle, ni la medalla de la ciudad ni, por supuesto, la Creu de Sant Jordi. Me refiero a los que se van por la ley de una vida que nosotros mismos hemos diseñado, a los que nunca dicen de esta agua no bebere porque nunca han sorbido a tiempo, me refiero a los que preferirían no haber nacido. Son los otros.
Los fallecidos anónimos son mayoría, pero no tienen quien les escriba. Repasar las hemerotecas es absurdo porque no están y si algún día estuvieron han desaparecido.

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