miércoles, 18 de febrero de 2009

LA COCINA DEL INFIERNO

Cada cuatro segundos muere una persona de hambre en el mundo. De los 852 millones de seres humanos que, según la ONU, no tienen nada que llevarse a la boca, 300 millones son niños, un numeroso grupo de pequeños que no se han planteado nunca ninguna de las reivindicaciones de la niña de Rajoy o similares.
Hace unos días, los representantes de 183 países de nuestro mundo se reunieron en Roma en una cumbre organizada por la FAO y se comprometieron a reducir a la mitad las personas que pasan hambre antes del 2015. La misma promesa la efectuaron oficialmente el año 1996, la misma promesa sigue sentenciando a una muerte segura desde hace décadas.
Los mismos que se llenan la boca de palabrería barata son los que tienen acidez de estomago de tanto engullir alimentos caros. Son los que andan preocupados por una macroeconomía que solo atiende a sus intereses, los intereses de los que cada semana tiran decenas de productos que se han cansado de esperar en la nevera, productos caducados como la moral de sus propietarios.
Al gran sistema económico mundial no se le pone la piel de gallina por los asesinatos que se ordenan desde sus burbujas, pero se escandalizan solo de pensar que a lo mejor llegara un día en el que tendrán que llenar sus jacuzzis con chardonnay porque no tendrán agua ni con trasvases. Los que juran en falso que tienen la voluntad de solucionar la hambruna del planeta ocupan su tiempo en rebajar grasas en saunas de lujo mientras las moscas revolotean junto a los ojos desnutridos de miles de recién nacidos.
Mientras tanto, nosotros, los mas concienciados con el problema nos limitamos a escribir artículos como este para limpiarnos el alma y una vez al año contribuimos con alguna ONG para dormir tranquilos. Los menos concienciados se limitan a hacer zaping porque los que se mueren de hambre están muy lejos y lo que aquí realmente importa son las subidas de las hipotecas.
Cuando lo de la guerra de Irak, miles de personas en todo el mundo salieron a la calle para protestar. Se suponía que esas personas estaban contra la barbarie de las superpotencias y del empecinamiento de nuestro Cid campeador. Se daba por supuesto que toda esa gente quería demostrar a los gobernantes que los individuos de buena fe pueden unirse por una causa justa.
Desde que de pequeño miraba sorprendido las imágenes de los niños de Biafra con el vientre hinchado hasta ahora nunca se ha convocado ninguna manifestación multitudinaria para exigir pan y leche, nunca he visto discutir a nuestros políticos por quien aporta mas ideas y dinero para frenar el mayor genocidio de la historia, ninguna huelga sindical, ningún manifiesto serio y vinculante. Nada, nada de nada como el mismo escenario en el que viven los que esperan que los buitres cierren el círculo y se los coman en la cocina del infierno.
Y llegara un día en que el hijo hambriento de una madre hambrienta hará estallar sus tripas en un aeropuerto y nos obligaran a cruzar los puestos de seguridad en ayunas y, por supuesto, sin zapatos.

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