La polémica del Lapao me ha hecho abrir el baúl de los recuerdos de mi abuelo, una persona de Alcampell que siempre hablo catalán y que ahora se sorprendería al descubrir que durante toda su vida estuvo utilizando una Lengua que solo existe en el cajón del desastre.
Mi abuelo decía que “lo que está bien siempre está bien” y lo afirmaba desde la convicción de que no se puede ir por la vida haciendo fechorías, engañando o tergiversando la realidad. Se refería, simple y llanamente, a la buena fe de las personas, esa buena fe de la que se han aprovechado los que subvencionan cubatas en el Congreso y niegan un cartón de leche a Caritas.
Las ferias de los pueblos son un claro ejemplo de cómo, poco a poco, nos han levantado la camisa. Cuando iba con mi abuelo a estas ferias era imprescindible pasar por la Tómbola de los Jamones, comprar unas tiras para la rifa, esperar el giro de tres circunferencias con números y que esos números coincidieran con los tuyos. No había ningún truco, todo estaba a la vista. Las paletillas resecas y aceitosas pendían de un hilo, pero no amenazaban nuestra esperanza sino justo lo contrario, formaban parte de un juego en el que todas las reglas eran transparentes.
Sin embargo, un buen día, los jamones desaparecieron e incluso la propia tómbola cambio de nombre. Perros piloto, muñecas chochonas y multitud de objetos inservibles sirvieron de recambio. Las tiras de la rifa se reconvirtieron en boletos ensobrados que servían en palanganas de colores y el “siempre toca” se elimino de un plumazo y paso a denominarse “toca cuando a mi me da la gana”.
La transformación de la tómbola de los jamones no fue casual, sino una adaptación a la realidad social que nos empezaron a imponer, con sigilo, aprovechando que aun quedaban resquicios de buena fe. Fue así como nos hicieron ricos de cartón piedra, nos hicieron creer en una democracia de pantomima y nos abocaron a vivir pendientes de unas posibilidades que nunca han existido. Fue así, como descubrimos las fieras de las ferias de la macro economía, fue así como nos hemos dado cuenta de las trampas del sistema.
En la caseta del Gobierno central sortean el papel higiénico que facilita Bruselas para cuando nos entra el apretón del cinturón. En la del Gobierno autonómico venden duros a cuatro pesetas y en la de la Banca hay instalado un pasaje del terror donde entras con ahorros y sales con preferentes. Merkel regenta el tren de la bruja y donde antes podías pescar patitos ahora te ofrecen ganar putadas. Los mas pequeños pueden elegir entre viajar en pateras para emigrar con sus hermanos mayores o subirse a la noria de los padres parados. Ni que decir del circo donde los payasos Barroso, Rehn, Lagarde y Draghi hacen las delicias de los especuladores mientras los desahuciados experimentan nuevos saltos mortales sin red.
Mi abuelo no aceptaría que todo esto está bien y lo encuadraría en las actuaciones de la guardia mora de Franco cuyos integrantes arrancaban los dientes de oro a sus víctimas en plena guerra civil.
Marisol cantaba que “la vida es una tómbola de luz y de color” y no un antro cutre y maloliente donde el hampa político-económica se juega nuestras vidas con sus cartas marcadas. Y yo, como el Premio Nobel francés, François Mauriac,” no siento el menor deseo de jugar en un mundo en el que todos hacen trampa”.
