martes, 11 de enero de 2011

LOS HOMBRES DE NEGRO


Los últimos días he leído infinidad de artículos periodísticos relacionados con el nuevo año. Es una práctica habitual en nuestro sector, es como una tradición mas de las fiestas navideñas en las que cada año decimos lo mismo y nos repetimos como el ajo. Sin embargo, he echado de menos que nadie hablara del principal problema que deberán afrontar los ciudadanos en los próximos trescientos y pico días: la tristeza.
Hasta hace poco, la tristeza, la verdadera tristeza social nos llegaba a través de un impacto. La hambruna africana, los terremotos, los sunamis, los grandes incendios, las siempre crueles e injustificadas guerras, los atentados o el fallecimiento de una persona íntima y muy querida. Ahora, la tristeza bosteza en cada esquina y su aliento se descomprime a lo largo del día esparciéndose con el quiero y no puedo, con el puedo pero no me dejan.
Los efectos colaterales de la crisis económica nos han convertido en un pueblo triste. Nos entristece lo propio y lo ajeno, nos da pena la gente sin trabajo y nos lamentamos de los que son expulsados de sus casas por créditos impagados a los que nunca se les debió dar acceso. Desayunamos antidepresivos y a la mayoría solo les alegra una victoria deportiva afín con sus intereses sentimentales.
El dirigente negro Malcolm X dijo que “normalmente cuando las personas están tristes, no hacen nada. Se limitan a llorar. Pero cuando su tristeza se convierte en indignación son capaces de hacer cambiar las cosas”. Tal vez ahí este la clave y este año que acaba de empezar sea el idóneo para dejar de limpiarnos los mocos y proyectar nuestra indignación contra todo aquello que consideremos una vulneración de nuestras libertades colectivas e individuales. Pero no hay tiempo que perder porque los hombres de negro están por todas partes, vigilantes y al acecho, y en cualquier momento pueden legislar prohibiendo cualquier expresión “indignante” por no estar recogida en la Constitución.

La ley antitabaco es un ejemplo. Prohibimos el consumo, pero no la venta, defendemos los intereses de los fumadores pasivos, pero a los activos les continuaremos suministrando la adicción necesaria para que las cuentas del Estado no se resquebrajen aun mas.
Yo he solicitado el ingreso en un centro psiquiátrico, pero me lo han denegado porque al parecer aun estoy un poco cuerdo. La alternativa de la residencia de ancianos la he descartado porque como van a alargar la edad de jubilación no entrare en el cupo. Siempre puedo delinquir para entrar en la cárcel o trabajar de acomodador en un gran estadio.
Soy consciente de que este tipo de afirmaciones me condenan a llevar pegada en el cogote la etiqueta de demagogo, pero en todo caso se trata de una demagogia medida, medida y preventiva ante las nuevas prohibiciones que mas pronto que tarde seguirán lloviendo sobre nuestras cabezas.
Acaso no hay motivo para prohibir la televisión basura, acaso no seria de recibo prohibir las corruptelas políticas, acaso no es licito prohibir el consumo compulsivo, los chistes sexistas, el paro, las mafias de los mercados bursátiles, la mala leche, la mala educación, la tristeza, en definitiva.
Puestos a prohibir prohibamos todo aquello que provoca metástasis en el alma y no solo lo que ennegrece nuestros pulmones. Como decía Saramago “siempre me recomiendan que haga deporte porque es bueno para la salud, pero nunca he oído que le recomienden a un deportista leer un libro”.