lunes, 15 de febrero de 2010

LA DIGNIDAD DE LOS NADIES


Llevo varios días buscando una definición de la palabra “nadie”. Es como si a nadie le interesara concretar. Algunos diccionarios se limitan a comparar a nadie con nada y los mas expresivos se atreven a confirmar que “nadie” significa “ninguna persona” o “persona insignificante”.
Con estos parámetros tan superficiales es fácil entender porque los autodenominados como países desarrollados están haciendo el ridículo en Haití. Un ridículo que provoca vergüenza, un ridículo que nada tiene que ver con las sobredosis de solidaridad que los humanos libres, como personas independientes, somos capaces de demostrar ante las desgracias ajenas.
Han pasado ya varias semanas de lo del terremoto y, como era de esperar, los cementerios radiactivos, la decadente economía española, las nevadas en Estados Unidos e incluso las veguerias han ido arrinconando en el plano informativo a los cadáveres putrefactos de Puerto Príncipe, a los traficantes de niños huérfanos, a las mujeres violadas y a todos esos colaboradores humanitarios que siguen combatiendo enfermedades contagiosas con agua oxigenada. Son lo mismo antes y después del desastre: nadie. Son los desgraciados de siempre, son lo que siempre hemos querido que sean, personas insignificantes.
Un reciente informe de la Organización Mundial de la salud ha alertado que en el año 2015 habrá en el mundo 1.500 millones de personas obesas. Ateniéndonos a las frías estadísticas de organismos internacionales similares, en los próximos cinco años morirán mas de 45 millones de personas por falta de alimentos teniendo en cuenta que la muerte por hambruna se cobra cada día 25.000 victimas de las que cada siete segundos son un niño.
No es comparable. No podemos comparar la magnitud del problema que puede acarrear para las arcas de los gobiernos y bancos mundiales las cardiopatías, los ríos de colesterol y los aludes de ácido úrico de 1.500 millones de gordos con 45 millones de “nadies”. Pero tal vez sean comparables los campos de exterminio nazis con la pobreza eterna a la que tenemos confinados a la mayoría de los pobladores de Zambia, Zimbabwe, Chad, Sudan, Liberia y, por supuesto, Haití. Hitler gaseaba judíos y el mundo occidental actúa impunemente como un asesino en serie perpetuando el genocidio y la limpieza étnica en los territorios mas subdesarrollados del planeta.
La pregunta a la que no hallo respuesta es ¿de qué se ríen? Los niños y las niñas pobres de solemnidad siempre ríen ante las cámaras. Tienen una sonrisa firme que contrasta con la tristeza de unos ojos que se han cansado de llorar. Podría ser una sonrisa vengativa, pero no lo es. Podría ser una sonrisa de mofa, pero tampoco. Podría ser una sonrisa protocolaria, pero ni mucho menos. Mas bien pienso que su sonrisa es la dignidad, esa dignidad de los nadies que nadie les puede arrebatar por mucho que nos empeñemos, la misma dignidad que nosotros hemos perdido por permitir lo que permitimos.
La frecuencia con que nos ponemos en la piel de otro esta tan devaluada que debería introducirse como materia obligatoria en la asignatura Educación para la Ciudadanía. Solo así podemos tener alguna esperanza de que nuestros hijos sean dignos de sonreír.