viernes, 5 de junio de 2009

UN DIA EN LAS CARRERAS

Apuntarse a caballo ganador es una de las grandes especialidades de la dieta social mediterránea, una dieta que aquí aplicamos en todas sus posibles vertientes.
En las últimas semanas he tenido la tentación de escribir sobre el Barça de Guardiola, pero me he contenido. Ha sido una contención intencionada y reflexiva porque, ya se sabe, que si te dejas arrastrar por la euforia lo mas probable es que todo acabe en un gatillazo. Por el contrario, los desmemoriados de siempre han hecho añicos sus principios para identificarse con algo que desdeñaron desde un buen principio.
Muchos de los que ahora babean, reivindican y aplauden al Barça de Guardiola no daban un duro por él hace muy pocos meses. Son los negativistas de siempre, los que se relamen con el mal fario ajeno, los que no confían en los demás porque nunca han confiado en ellos mismos. Son los mismos que ahora andan borrachos de sentimientos desmedidos y la próxima temporada arremeterán, de nuevo, con sus lloriqueos pesimistas cuando las cosas no vayan todo lo bien que podrían ir.
Nos quejamos de los políticos, pero no dejan de ser un reflejo de nuestros propios comportamientos. Los chaqueteros tienen la habilidad de distorsionar siempre la realidad y nos hacen ver fantasmas donde no los hay. Utilizan su videncia premonitoria de pacotilla para complicarnos las pocas posibilidades que tenemos de ser felices aunque solo sea por un instante. Inmediatamente después, cuando su pesimismo crónico sucumbe tienen las narices de arrebatar el protagonismo a los que siempre se han mantenido consecuentes con lo que son y con lo que piensan.
Estadísticamente, en la vida se pierde muchas más veces que se gana, pero la fe en los honestos hay que mantenerla hasta las últimas consecuencias asumiendo el riesgo de equivocarnos. Hay que enseñar a nuestros hijos a valorar a las personas que, desde su responsabilidad, creen en lo que hacen y son fieles a un estilo de vida marcado por el esfuerzo propio y el respeto a los demás. Algo que, evidentemente, no han aprendido del Barça de Guardiola los que para festejar unas victorias en las que nunca creyeron se dedican a destrozar, destrozar y destrozar.
El día de las elecciones europeas me fui al mercadillo de Torrefarrera. Ejercí de delincuente contra las multinacionales de las marcas y compré un objeto en un top manta. Tras el miserable juego del regateo, pagué dieciocho euros de los que, según su propia confesión, el vendedor alegal se llevaba dos. El resto son para el mafioso de turno que tiene todos los papeles en regla y le suministra las falsificaciones, el mismo tipo de mafioso que utiliza nuestros democráticos votos para sus inconfesables intereses personales, el mismo tipo de mafioso que contrata temporeros bajo precio para reventar el mercado laboral, el mismo tipo de mafioso que se duerme en los palcos viendo jugar al Barça de Guardiola porque tiene miedo de sentirse identificado con simbologías que defienden a ultranza la honradez y la lealtad.
Podemos y debemos apostar por la naturalidad, por los jinetes que acarician a sus yeguas y no por los que solo saben torturarlos con la fusta, podemos y debemos apostar por la buena gente, por los que son inteligentes y no alardean de ello. A mi como a Chaplin “me gustan mis errores y no quiero renunciar a la deliciosa libertad de equivocarme”.

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