viernes, 24 de abril de 2009

FAHRENHEIT 451


El dragón ha regresado a su cueva, Sant Jordi no sabe que hacer con todas las rosas que se le han marchitado y los libros, los libros vuelven al ayuno como cada año después del 23 de abril. Son como la soledad del corredor de fondo.
El 45,4 por ciento de la población española no lee nunca o casi nunca, según el barómetro de hábitos de lectura realizado por la Federación de Gremios de Editores de España. Aun siendo poco amante de las estadísticas, la del índice de lectura de mis conciudadanos me persigue desde la mas tierna infancia cuando mi padre me regalaba novelas de Julio Verne. Me persiguen y siguen provocando el mismo pánico que entonces.
Dicen que ahora los jóvenes leen más que nunca porque se pasan el día tecleando mensajes telefónicos encriptados donde la ortografía ha dejado de ser una norma, la misma pobre norma que guillotinan en sus comunicaciones interestelares del Messenger. Y ¿a quien le importa? Pues sinceramente a nadie.
Está demostrado que, en épocas dictatoriales, lo que menos les interesa a los gobernantes es que el pueblo este instruido. Está demostrado que un pueblo que no lee queda tetrapleijico para la reflexión y el análisis. Los libros de alquimia de la enciclopedia de Alejandría fueron quemados en el año 202 por orden del emperador Diocleciano. En 1933 los nazis convirtieron en cenizas miles de libros considerados antigermanos y una de las primeras acciones de Pinochet en Chile fue condenar a la pira centenares de publicaciones consideradas peligrosas para el nuevo régimen.
En democracia todo debería ser diferente, pero todo no lo es. Bien es cierto de que a nadie se le ocurre organizar la fiesta de la quema del libro, pero se sigue “quemando” a los futuros lectores en las escuelas obligándoles a sufrir con títulos aburridos que sistemáticamente se mantienen como ejemplos de lo que deberían ser y no son.
El escritor y periodista brasileño Mario Quintana llego a la conclusión de que “los verdaderos analfabetos son los que aprendieron a leer y no leen”. Por mi parte añadiría que los gestores mas nefastos de nuestra cultura son los que deciden fomentar la lectura de los niños encadenándolos al Quijote o a Tirant lo Blanc, secuestrándolos y extorsionándoles con La Regenta y los Campos de Castilla. Es como empezar la nutrición de un bebé con un estofado de ternera en lugar de leche adaptada. Es imposible digerir literatura clásica sin haber pasado antes por un aprendizaje sutil, seductor y amable que provoque devorar papiros de forma innata.
Es curioso, curioso y triste, que los libros mas vendidos por Sant Jordi sean siempre los que dicen escribir personajes mediáticos, personajes televisivos cuya mayor gloria para la literatura es transmitirnos sus gracias, sus cotilleos, sus recetas de cocina o sus astracanadas. Es curioso, curioso y triste, que los más pequeños prefieran libros que huelen a narraciones que perfumen la imaginación.
Según Antonio Muñoz Molina “leer es el único acto soberano que nos queda” y todo parece estar organizado de tal forma para que generación tras generación la máxima se convierta en un efímero sueño.
Muchos institutos de cultura y poca cultura en los institutos. La hoguera de las vanidades.

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