jueves, 26 de marzo de 2015

LA INSOPORTABLE LEVEDAD DEL ASCO


Pertenezco a una generación en la que el miedo servía como arma de destrucción educativa para niños y adolescentes. La amenaza de encerrarte en el cuarto de las ratas, los dientes que se caerían por decir mentiras, la trágica premonición de quedarte ciego por abusar de la masturbación, el demonio y sus calderas, en constante ebullición, esperando tus errores y, sobre todo, ese enigmático, perverso y oscuro personaje del hombre del saco que podía secuestrarte de noche y en silencio, con mucho silencio.

Hay quien aun no ha superado esos miedos y siguen aferrados en su subconsciente impidiéndoles deshacerse de prejuicios que les perseguirán toda la vida. Unos prejuicios que no les dejan actuar con la libertad que se merece todo ser humano.
Aceptando que tengo muchos defectos, conocidos y por conocer, me avala la virtud de no dejarme acongojar por sortilegios populares, animadversiones de gente toxica o dimes y diretes mas o menos apocalípticos. Sin embargo, a raíz del accidente del avión de los Alpes ha rebrotado en mí una sensación extraña. Tenía superado al hombre del saco y me he horrorizado al comprobar la existencia real del hombre del asco.

Aún no habían pasado ni cinco minutos de la noticia del accidente aéreo cuando en Twitter empezaron a correr comentarios del tipo: ”ojala todos los muertos sean catalanes” o “no hagamos un drama, que en el avión iban catalanes, no personas”.
Las autoridades policiales se han comprometido públicamente a investigar este tipo de actitudes, pero con la investigación no basta. Recientemente, un rapero era condenado a dos años de cárcel por calumniar al Rey. Se puede estar de acuerdo o no, pero así lo establece la ley y, por lo tanto, esa misma ley tiene que servir para tipificar la catalanofobia como una incitación al odio xenófobo porque, independentistas o no, los catalanes merecemos, como mínimo, el mismo respeto que se reclama jurídicamente para el monarca.

Y tampoco basta con reflexiones legalistas. El bochorno provocado por los hombres del asco 2.0 debería encender  las alarmas  en una sociedad en la que nos mostramos indignados por la lapidación de una mujer afgana, falsamente acusada de quemar versos del Corán, mientras nos permitimos hacer gracias con la desgracia ajena. Tennessee Williams escribió que “creo que el odio solo puede existir en ausencia de toda inteligencia”.

Culpables de esta falta de inteligencia, como las meigas, haberlos hailos y ninguno de nosotros está a salvo de su parte de culpabilidad, pero el mayor caldo de cultivo de este incalificable proceder esta en personajes públicos que, pensando que  todo vale para aguantar su negocio político o mediático, hacen oídos sordos y apagan los incendios con gasolina.

Cuando nos daremos cuenta de donde nos hemos metido será demasiado tarde y entonces nos lamentaremos, pero seremos fagocitados por nuestros propios insultos. Como decía Kundera “En la vida todo lo que elegimos por su levedad no tarda en revelar su propio peso insoportable”.

Alguien debería empezar a echar lastre.


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