Hace unos días, mi hija me empezó a
interrogar sobre la libertad de expresión. Está en esa etapa de la adolescencia
en la que todo se pone en entredicho, esa etapa que los que ya somos mayores
deberíamos recuperar, de vez en cuando, para no aceptar sin remilgos todo
aquello que se nos pretende imponer en base a leyes anacrónicas y pensamientos
involucionados.
Tantos años ejerciendo la profesión de
periodista y no tengo respuesta para los límites que debe tener la libertad de
expresión. Ni tan siquiera sé si esos límites tienen que existir porque según
quien los imponga lo hará, única y exclusivamente, para defender sus intereses
personales, políticos o económicos.
Los foros que debaten estas tesituras
acaban siempre sin conclusiones. La palabra “respeto” aparece en el momento mas
inesperado, para derrumbar cualquier teoría sobre la libertad de expresión sin corsés.
¿Respeto, respeto a que o a quién? Dicho así, da la sensación de que tengo que
respetar incluso a quien no me respeta y a partir de ahí el bucle es tan
extenso que mas parece un infinito que otra cosa.
En las últimas semanas, estamos
asistiendo al show de los chistes, chistes xenófobos, humor negro con víctimas
del terrorismo implicadas, referencias graciosas al holocausto y
ridiculizaciones varias. No teníamos bastante con la corrupción que ahora a los
políticos también se les analiza su pasado cómico.
Cuando yo era pequeño los chites sobre
gitanos y la Guardia Civil estaban a la
orden del día. No había programa de televisión en el que no saliera el Arevalo
de turno haciendo reír a la gente con sus chistes sobre gangosos o tartamudos,
el machismo era el humor cinematográfico mas extendido en el cine español de
Pajares y Esteso, las parodias sobre homosexuales provocaban risas intimas e
incluso en la retaguardia cada cual se carcajeaba a su manera sobre el estado
de salud del Dictador. Sin olvidar, claro, las plazas de toros portátiles donde
la estrella era “el bombero torero”, un discapacitado que en aquellos tiempos
solo podía trabajar como entretenimiento de feria.
De repente, apareció un señor con barba,
fumando y whisky en ristre haciendo famoso su “Lo saben aquel” . El humor
inteligente se fue apropiando de las cenas de empresa junto a publicaciones
como “El Papus” o “El Jueves” cuya falta de “respeto” les conllevo atentados y censuras.
Queda muy bonito salir a la calle diciendo “Je Suis Charlie”,
para poco después presentar una querella por ser caricaturizado en el
“Polonia”.
Estamos en una sociedad en la que los
vascos cuentan chistes de los andaluces, los catalanes de los maños, los
valencianos de los murcianos, los gallegos de los portugueses y los de
Barcelona de los de Lleida. Estamos en una sociedad en la que estamos
perfectamente preparados para reírnos de los demás, pero somos unos perfectos
analfabetos a la hora de reírnos de nosotros mismos. Y es entonces cuando
aparecen los magos de barraca con el viejo truco de la falsa moral.
Todos tenemos un pasado y en ese pasado
están los romanos que programaban circos con leones y cristianos, están los que
montaban hogueras para quemar brujas en las plazas, están los que quemaban
iglesias, los que utilizaban las cunetas como fosas comunes, los que tras
sufrir las cámaras de gas asesinan impunemente a palestinos, los que dejan de
morir de hambre a Africa y los que se mofan del desahuciado que duerme en un
cajero.
¿Lo saben aquel?: “No hay cosa que haga mas
daño a una nación como el que la gente astuta pase por inteligente”. Y mucho me
temo que en esas estamos.