miércoles, 17 de junio de 2015

¿LO SABEN AQUEL?


Hace unos días, mi hija me empezó a interrogar sobre la libertad de expresión. Está en esa etapa de la adolescencia en la que todo se pone en entredicho, esa etapa que los que ya somos mayores deberíamos recuperar, de vez en cuando, para no aceptar sin remilgos todo aquello que se nos pretende imponer en base a leyes anacrónicas y pensamientos involucionados.
Tantos años ejerciendo la profesión de periodista y no tengo respuesta para los límites que debe tener la libertad de expresión. Ni tan siquiera sé si esos límites tienen que existir porque según quien los imponga lo hará, única y exclusivamente, para defender sus intereses personales, políticos o económicos.
Los foros que debaten estas tesituras acaban siempre sin conclusiones. La palabra “respeto” aparece en el momento mas inesperado, para derrumbar cualquier teoría sobre la libertad de expresión sin corsés. ¿Respeto, respeto a que o a quién? Dicho así, da la sensación de que tengo que respetar incluso a quien no me respeta y a partir de ahí el bucle es tan extenso que mas parece un infinito que otra cosa.
En las últimas semanas, estamos asistiendo al show de los chistes, chistes xenófobos, humor negro con víctimas del terrorismo implicadas, referencias graciosas al holocausto y ridiculizaciones varias. No teníamos bastante con la corrupción que ahora a los políticos también se les analiza su pasado cómico.
Cuando yo era pequeño los chites sobre gitanos  y la Guardia Civil estaban a la orden del día. No había programa de televisión en el que no saliera el Arevalo de turno haciendo reír a la gente con sus chistes sobre gangosos o tartamudos, el machismo era el humor cinematográfico mas extendido en el cine español de Pajares y Esteso, las parodias sobre homosexuales provocaban risas intimas e incluso en la retaguardia cada cual se carcajeaba a su manera sobre el estado de salud del Dictador. Sin olvidar, claro, las plazas de toros portátiles donde la estrella era “el bombero torero”, un discapacitado que en aquellos tiempos solo podía trabajar como entretenimiento de feria.
De repente, apareció un señor con barba, fumando y whisky en ristre haciendo famoso su “Lo saben aquel” . El humor inteligente se fue apropiando de las cenas de empresa junto a publicaciones como “El Papus” o “El Jueves” cuya falta de “respeto” les conllevo atentados y censuras.
Queda muy  bonito salir a la calle diciendo “Je Suis Charlie”, para poco después presentar una querella por ser caricaturizado en el “Polonia”.
Estamos en una sociedad en la que los vascos cuentan chistes de los andaluces, los catalanes de los maños, los valencianos de los murcianos, los gallegos de los portugueses y los de Barcelona de los de Lleida. Estamos en una sociedad en la que estamos perfectamente preparados para reírnos de los demás, pero somos unos perfectos analfabetos a la hora de reírnos de nosotros mismos. Y es entonces cuando aparecen los magos de barraca con el viejo truco de la falsa moral.
Todos tenemos un pasado y en ese pasado están los romanos que programaban circos con leones y cristianos, están los que montaban hogueras para quemar brujas en las plazas, están los que quemaban iglesias, los que utilizaban las cunetas como fosas comunes, los que tras sufrir las cámaras de gas asesinan impunemente a palestinos, los que dejan de morir de hambre a Africa y los que se mofan del desahuciado que duerme en un cajero.

 ¿Lo saben aquel?: “No hay cosa que haga mas daño a una nación como el que la gente astuta pase por inteligente”. Y mucho me temo que en esas estamos.