lunes, 15 de marzo de 2010

ENSEÑAR A UN SINVERGÜENZA


Hay dos tipos de sinvergüenzas, los que nacen y los que aprenden. Los primeros pueden ser etiquetados de frescos, descarados, tunantes, pillos e incluso picaros. Los segundos acaban recibiendo apelativos como caraduras, golfos, canallas, ruines, granujas, rufianes o jetas. Los primeros te pueden hacer sonreír, los segundos son tan despreciables que incluso te impiden llorar.
Siempre con el beneficio de la duda, creo que los responsables de las compañías eléctricas en Catalunya no nacieron sinvergüenzas sino que han aprendido a lo largo de los años. La experiencia para un aprendiz a desvergonzado es la clave del éxito, el éxito del bribón.
Liberalizar las eléctricas tenia que conllevar competitividad tanto en precios como servicios. En cuanto a los precios aun hoy nadie me ha explicado porque pago cada mes una cantidad similar a la que hace un año pagaba cada dos meses. Respecto a lo segundo alguien ha confundido el termino servicios con letrina y lejos de estar “al fondo a la derecha” han decidido cagarse en la cabeza de miles de vecinos de la provincia de Girona.
Una nevada, una fuerte nevada para que no digan que me apunto a la demagogia, ha provocado la caída de 33 torres eléctricas. No quiero ni imaginarme la que se armaría si la tierra temblara como en Chile o Haiti.
La mejor táctica del manual del sinvergüenza es acusar al vecino de al lado de la culpa de sus propios errores. Que el Madrid chulo y arrogante de Florentino no funciona con el súper talonario, pues la culpa es de los árbitros. Que el Gobierno no sabe sumar dos y dos son cuatro, pues la culpa es de la enseñanza que aplicó la oposición cuando no lo era. Que la oposición esta llena de mangantes sin escrúpulos, pues la culpa es de los jueces de izquierdas. Que la burbuja inmobiliaria ha dejado miles de damnificados que pagarán la hipoteca hasta después de muertos, pues la culpa es de los bancos. Que estos no hacen llegar el crédito a las empresas pues haberlo pedido antes.
Todos los sinvergüenzas que nos rodean tienen perfectamente estudiados sus planes de expansión, pero los que hasta el momento han demostrado tener una planificación mas estratégicamente efectiva son los responsables de las compañías eléctricas. Nos tienen tan cogidos de los genitales que se permiten el lujo de mofarse en nuestras caras de sus irresponsabilidades con la tranquilidad de que mañana volveremos a apretar el interruptor.
La connivencia y la cohabitación son los pilares básicos de las actuaciones vergonzantes. En estos dos peldaños se encuentran los que actúan impunemente y los que lo permiten.
Puede parecer arcaico, pero algo tan básico como el suministro eléctrico no puede estar en manos de gentes sin escrúpulos capaces de acusar a los propios consumidores de su ineficacia.
Invitemos, invitemos a todos estos sinvergüenzones a comer todos los alimentos que se han podrido por su culpa, invitémosles a recuperar las horas pedidas en decenas de cadenas de producción, acojámoslos sin mascarillas en las casas de los que casi han muerto por la obligada combustión de los equipos electrógenos y, finalmente, organicemos una fiesta, una gran fiesta para que despelotados ante la sociedad nos enseñen sus vergüenzas que, aunque pequeñas, deben tenerlas.

miércoles, 3 de marzo de 2010

LLAMARADAS

El hombre primitivo se diferencio del resto de los animales cuando consiguió encender la primera brasa. Prometeo robo el fuego del Olimpo para entregarlo a los humanos y dejo de ser un privilegio de los dioses.
La teoría del “Tetraedro del fuego” especifica que se necesitan cuatro elementos para que un fuego tenga continuidad: combustible, oxigeno, temperatura y reacción en cadena.
Dicen los entendidos que el fuego es la manifestación visual de la combustión, pero también es la expresión social mas peligrosa. De los fuegos guerreros, el amigo y el cruzado, solo se salva el alto. El fuego fatuo, por desconocido, siempre ha dado miedo, el fuego en el cuerpo desata pasiones incontroladas y el de San Telmo es bienvenido por los marineros, pero puede variar el rumbo de un barco si el timonel se distrae con el esplendor que hace desprender de los mástiles.
Con el fuego se han quemado montañas de libros, iglesias e incluso pianos como hacia Jerry Lee Lewis en sus comienzos. Ahora los pirómanos urbanos incendian a los apaga fuegos y esta de moda que todo el mundo escriba sobre ello distrayendo al gran público con fuegos artificiales que, tras su vistosidad, esconden las verdaderas miserias.
Tolstoi escribió que “hay quien cruza el bosque y solo ve leña para el fuego”, pero el bosque esta lleno de tenebrosas criaturas que se alimentan de nuestras perdidas de tiempo en combustiones fugaces. Las alimañas se frotan las manos cuando nos ven distraídos en juegos de rol inventados por ellas mismas.
Hace unos días, la viuda de uno de los bomberos fallecido en el incendio de Horta de Sant Joan escribía una carta pidiendo, reclamando, casi suplicando que dejen en paz a los muertos. Los compañeros de estos exclaman en el Parlament que les da miedo ponerse frente a los políticos que no entienden de quemazones en el alma e intentan sacar rédito electoral incluso de la desgracia ajena. No hay nadie con dos dedos de frente que sea capaz de frenar la erupción circense que se ha montado alrededor de este tema como si alguien estuviera interesado en recuperar aquel vergonzante icono de feria llamado el “bombero torero”. No hay que confundir la incompetencia mediática de la mayoría de nuestros dirigentes con la profesionalidad de un colectivo que cada día se juega la vida por nosotros. El que juega con fuego se quema y en el Parlament, con la excusa de buscar una extraña verdad, se están utilizando lanzallamas preelectorales comparables a las piras de la inquisición. Pero donde hubo fuego cenizas quedan y las cenizas son tan difíciles de borrar como las heridas. Recientemente, los mandos norteamericanos en Afganistán han pedido perdón por las victimas civiles que han provocado en los nuevos ataques a territorios controlados por los talibanes. Me imagino la cara de los familiares de los muertos al escuchar las disculpas, unas disculpas engendradas desde el mas profundo de los cinismos.
Jean Paul Sartre insistía en que “no hay necesidad de fuego, el infierno son los otros”. Y nosotros, a veces, nos escaldamos en nuestras propias calderas.